Se sienten los aromas
de las fiestas en las calles.
Los panes dulces, los chocolates.
Los buñuelos que están de oferta
y las sidras ansiosas por destaparse.
Todo es jolgorio y alegría.
La gente por los puestos camina
saludando con sonrisas
aunque sean desconocidos.
Es otro ambiente, es otro espíritu
rompiendo la rutina
que se cargó durante un año.
Todo esto transcurre
a la luz del día,
pero llegada la noche,
quedando la luz dormida,
estallan en el firmamento
otras luces de fuego
con miles de colores
y con ruidos de bombas.
El alcohol enciende las mechas
idiotizando las fiestas
que se arman en cada esquina
dejando que los bombarderos
arriesguen sus vidas
y la de los niños
maravillados por la experiencia
deseando lanzar bengalas y estrellas
llenando así las salas de urgencias
porque el fuego alcoholizado
reventó en sus manos
y allí acabó la fiesta.
Ahora es otro aroma,
el de gazas, el de vendas.
El de lágrimas culpables
por no haberse dado cuenta
y la carga imperdonable
de dañar así las vidas.
Daniel Valdman.