La ciudad quedó sumida
en un increíble caos.
Los hombrecitos de los semáforos
se llevaban por delante
aunque fueran solo sombras.
Las bocinas y los claxon
aturdían a la gente
creyendo que con el sonido
iban a encontrar un espacio.
Los agentes de tránsito
no daban abasto
y el mundo desesperado
que caminaba por los andenes
tratando de llegar
a tiempo a sus trabajos
tropezaba y se caía
a sabiendas que no podría
cumplir con los horarios.
Aullaban las sirenas
y los pacientes en las ambulancias
más enfermos se ponían
con semejantes sonidos
contagiándose de la histeria
que en la ciudad se vivía.
Las personas apuradas
con el afán de llegar a sus tareas
ni siquiera pensaban
que no podrían hacer nada
pues las máquinas no funcionaban
al faltarles la energía.
De golpe, la luz se hizo
y comenzaron a brillar
el rojo, el verde y el amarillo
dirigiendo las direcciones
que habían perdido
los esclavos del progreso.
Daniel Valdman.