que compartiendo un café
nos contamos nuestras vidas
dejando pasar el tiempo,
disfrutando la compañía.
Y fuimos dos
que salimos a caminar
haciendo crujir las hojas secas
fabricando tapete en los parques
en un dorado otoño.
Y fuimos dos
que necesitábamos vernos
aunque sea una vez al día
para disfrutar los rostros,
escuchar las palabras,
comer cada gesto
o solo, tenernos las manos.
Y fuimos dos
que una vez decidimos
compartir cada día,
bajo el mismo techo,
en el mismo lecho
con las mismas cobijas.
Y dejamos de ser dos
para convertir
el futuro en herencia
y ver crecer los críos
y los críos de los críos
para ser muchos en la mesa.
Y ahora, que cada uno tiene su nido,
volvemos a ser solo dos,
tan solo dos,
como al principio.
Daniel Valdman.
